La estrecha relación entre linfedema de brazo y cáncer de mama
En cuanto llega octubre, la comunidad médica y diversas asociaciones se unen en torno al Mes de la sensibilización contra el cáncer de mama, la estrategia global dirigida a aportar información y llamar la atención de forma periódica sobre la enfermedad que afecta aproximadamente a una de cada 12 mujeres en el mundo
En efecto, el de mama es el tipo de cáncer más común entre el sexo femenino. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de 2,3 millones de mujeres fueron diagnosticadas con esta enfermedad en 2020, y 650.000 fallecieron por su causa en el mismo año. El cáncer de mama puede afectar a mujeres de cualquier edad, aunque su incidencia es mayor en las que superan los 50 años.
La razón por la que resulta muy importante sensibilizar a la población sobre este tipo de cáncer es porque su diagnóstico temprano -que es posible gracias a hábitos de autoexploración y a revisiones médicas periódicas- aumenta las posibilidades de éxito en los tratamientos y, por consiguiente, disminuye la mortalidad por su causa. No se debe perder de vista que, en este tipo de cáncer, los tumores de menos de un centímetro tienen hasta un 90 por ciento de posibilidades de curación.
El linfedema como efecto colateral
No obstante, superar del cáncer de mama significa para muchas personas el inicio de otro malestar que puede desencadenarse como consecuencia del tratamiento. Se trata del linfedema, enfermedad crónica que causa inflamación en las extremidades por acumulación anormal de líquido y macromoléculas en los tejidos, derivada de alteraciones en la capacidad de transporte del sistema linfático.
La relación entre cáncer de mama y el linfedema de brazo no es anecdótica. Se estima que una de cada tres pacientes sometidas a tratamiento para el cáncer de mama desarrolla este desorden linfático. Esto ocurre porque dos de los tratamientos más frecuentes para combatir el cáncer de seno están directamente relacionados con daños colaterales en el sistema linfático, capaces de producir linfedema: la extirpación del ganglio linfático axilar y la radioterapia en la axila o en el seno.
Estar informadas y preparadas
Ante esta disyuntiva, la de curarse de una enfermedad mortal pero desarrollar una enfermedad crónica como consecuencia del tratamiento, la mejor alternativa es la buena comunicación con el equipo médico.
En primer lugar porque no todas las cirugías de ganglio linfático axilar derivan en daños al sistema linfático. Dependerá del grado de afectación que el tumor maligno tenga en la zona. En segundo término, porque la situación es similar en el caso de la radioterapia, pues es la intensidad del tratamiento la que determina un mayor o menor daño a los ganglios o a los vasos linfáticos.
Es el médico tratante el que debe dar cuenta en cada caso, de acuerdo con su experiencia y con base en la estadística, de las probabilidades de que cada una de sus pacientes desarrolle o no linfedema de brazo.
En caso de que esas probabilidades sean altas, conviene que el médico oriente a las pacientes con respecto a la manera de tratar el linfedema y derivarlas a servicios especializados.
Por su parte, las pacientes que habiendo recibido un reporte de altas posibilidades de desarrollar linfedema derivado del tratamiento por cáncer de mama, pueden acudir a asociaciones de pacientes de linfedema para preparar el camino a su convivencia con la enfermedad.
El linfedema se puede controlar con cambios de hábitos, autocuidado, terapia de compresión (con prendas y vendas), terapia de drenaje linfático manual (masajes especializados) y terapia física (ejercicios de fortalecimiento y estiramiento).
En algunos casos, conviene también acudir a terapia psicológica para asumir de una manera sana en lo emocional las secuelas de haber evitado la muerte pero haberse quedado con una enfermedad para el resto de la vida.
La importancia de la prevención
Conviene asimismo insistir en la importancia de detectar a tiempo el cáncer de mama como forma de evitar la necesidad de tratamientos agresivos y, por tanto, disminuir la posibilidad de desarrollar linfedema.
De acuerdo con la OMS, estos son los signos y síntomas sobre los que hay que estar atentas:
• Nódulo o engrosamiento en el seno, a menudo sin dolor.
• Cambio en el tamaño, forma o aspecto del seno.
• Aparición de hoyuelos, enrojecimiento, grietas u otros cambios en la piel.
• Cambio en el aspecto del pezón o la piel circundante (aréola).
• Secreción de líquido anómalo o sanguinolento por el pezón.
Ante cualquiera de estas señales resulta vital acudir de inmediato al médico. Asimismo es de suma importancia programar las revisiones periódicas que recomiende el médico de cabecera con base en el historial médico. En el caso de las mujeres entre 50 y 69 años, la Asociación Española Contra el Cáncer recomienda la práctica de una mamografía cada dos años.